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lunes, 4 de junio de 2007

Miguel Estrugo Hernández, de Cádiz

Navegando por los interneses, llegué hasta una publicacion relatada por un señor de Cádiz, Miguel Estrugo, en ella comentaba la vuelta a su Cádiz natal para recordarla y verla como sentido homenaje hacia su madre que falleciera dias antes.

Este señor que desconozco quien puede ser, he podido comprobar que desde su nacimiento ha viajado por paises como EE.UU, Paraguay y Chile, creo que actualmente reside en la bella Granada y posee una página denominada "cabros de los 80" (que podeis visitar) y colabora con otras publicaciones.

En definitiva, simplemente.................... un gaditano

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El corazón de los gaditanos

INTRODUCCIÓN.

El pasado día 22 de Febrero, cuando los almendros empezaron a florecer en esta hermosa ciudad llamada Granada, mi madre, doña María del Carmen Hernández, dejó este mundo, cuando tan sólo tenía 57 años.

Detrás queda una lenta agonía desde que en Mayo pasado le diagnosticaran un tumor cerebral. Detrás queda su lucha para recuperar una salud que se deterioraba sin remedio. Detrás quedan la angustia y la desesperación por ver cómo mi madre se me iba poco a poco, y la impotencia al ver que no podía hacer nada por evitarlo.

Pero también queda toda una vida de recuerdos agradables, de gratitud hacia una persona muy particular, muy bondadosa, muy tierna y poseedora de un encanto que fue labrándose poco a poco a lo largo de su vida. Vida que, por otro lado, estuvo plagada de sinsabores y momentos de felicidad, de lucha por alcanzar la estabilidad, tanto personal como de su familia, y de entrega total al proyecto de su marido, don Miguel Angel Estrugo Santaeugenia, que amó con una intensidad que no he conocido en ninguna otra pareja. Mi padre también nos dejó demasiado pronto, el 25 de Diciembre de 1999, a la edad de 56 años, un golpe que fue terrible para mi madre, Fue precisamente cuando, con gran esfuerzo por su parte, ella estaba saliendo de la negra depresión que ese fallecimiento supuso para ella, cuando estaba disponiéndose a vivir un bien merecido descanso después de una vida dedicada a su familia, cuando los doctores nos diferon que tenía un tumor cerebral.

En definitiva, mi madre fue una buena persona, y somos muchos los que lamentamos su fallecimiento, sobre todo cuando aún le quedaba tanto por vivir.

El día después de su entierro -descansa ahora al lado de su marido, en el cementerio de Granada-, decidí volver a Cádiz, la ciudad que vio nacer a mi madre en 1949 y a mí en 1972, buscando afrontar esta lamentable pérdida precisamente en la ciudad que más está con su memoria.



He aquí un pequeño homenaje a mi madre, donde intento describir algunas de las reflexiones, sentimientos y pensamientos que tuve durante esa semana que pasé en la ciudad que más amó mi madre, su Cádiz, la ciudad antigua, blanca y marinera, mecida por los vientos y los mares desde hace miles de años
¿Cómo se puede explicar con palabras lo que una vista como esta significa para mí?¿Hay alguna forma de expresar los recuerdos que me vienen a la cabeza cuando veo el perfil de la catedral de Cádiz, ese edificio grande a la derecha de esta imagen, sobresaliendo airosa sobre el perfil de casas centenarias del casco antiguo de la ciudad?

¿Hay alguna forma de describir las memorias que me trae esa muralla, inclinada hacia adentro, que ciñe esta zona de Cádiz y la separa de ese mar de color azul profundo, antiguo y atlántico?

¿Sería yo capaz de transformar en palabras los recuerdos ligados a este entrañable montón de piedras, levantadas hace más de tres siglos para defender esta preciosa ciudad del embate de enemigos pretéritos?¿sería capaz de convertir en fríos caracteres tipográficos las visitas navideñas, cuando yo aún no iba al colegio por ser demasiado chico, cruzando toda la península ibérica en coche, en una época en la que sólo había carreteras nacionales?¿O los veranos de sol, templados por el viento de Levante?¿O las veces que recorrí estas calles, bien agarrado a la mano cariñosa de mi madre?


La cantidad de recuerdos que vienen a mi mente me abruma. Este es el Campo del Sur, la avenida marítima que llevaba a la casa que mi abuelo compró en 1925, en la calle de la Cruz, Nº 11, (casa que ya estaba allí cuando el rey Carlos III ordenó hacer la inmensa maqueta de la ciudad en el siglo XVIII) y en la que pasó toda su vida, donde nació mi madre y sus dos hermanos mayores y donde pasé yo los primeros años de mi vida antes de empezar el periplo alrededor del mundo que aún continúo hoy en día, en búsqueda de un sitio donde dejar las maletas y vivir el resto de mi vida.

Así, pues, si yo tengo recuerdos agradables de este trocito de mundo, ¿cuántos tendría mi madre, que pasó más de la mitad de su vida en este reducido, pero amable, universo de blanca cal y ladrillo rojo?

Cádiz posee unas playas preciosas, de arenas finísimas y claras, regalo del vecino desierto del Sáhara, que se llenan de gente y vida durante los veranos del hemisferio norte. Esta, en concreto, es la playa Reina Victoria, que bordea la costa sur de Cádiz, urbanizada durante el último medio siglo, y su juventud y dinamismo contrastan con la zona antigua, divisable en el horizonte.




Esta playa también me vio crecer y pasar de ser un niño a un hombre, puesto que mis padres poseyeron un piso justo enfrente del sitio donde saqué esta foto, que fue nuestro hogar durante Agosto todos los años sin falta, estuviéramos donde estuviéramos, fuera Chile, los EE.UU., Uruguay o la misma España. Casa que mi madre decidió vender, no sin mucha pena, poco después que mi padre falleciera.

Una de las características que tenía esta casa, en primera linea de playa, era que por las noches se divisaba sin problemas el faro de San Sebastián, que a la distancia parece un barco de piedra, cuya luz iluminaba las habitaciones cuando estaba despejado, y cuando había bruma se oía su sirena, avisando a los barcos de la presencia de la ciudad. Ahí sigue, iluminándose puntualmente cada noche, como ha hecho desde que los galeones llegaban de las Américas cargados de materiales preciosos y de sueños


Cádiz es una ciudad rodeada de agua por los cuatro costados, por ello no es de extrañar que esta imagen esté tomada en el extremo opuesto de la ciudad. Una vez más, se ven los baluartes y fortificaciones de piedra, pero en esta ocasión el mar es mucho más calmado: son las aguas de la bahía de Cádiz, el puerto que recibe hoy en día lujosos trasatlánticos y enormes cargueros y petroleros, y que antes vio pasar a vapores, y antes vio veloces y gráciles clípers, y antes vio fragatas y navíos -de esta bahía salió la flota que fue derrotada por el almirante Nelson en la vecina Trafalgar-, y antes vio galeones, y antes vio carabelas y carracas, y antes vio galeras, y antes vio naves musulmanas de vela latina, y antes vio trirremes romanos, y antes vio naves fenicias cargadas de bronce, metal nunca antes visto en este territorio. Por eso está tan tranquilo este mar, porque ya lo ha visto todo.


Y a la izquierda se pueden ver las copas más altas de
los árboles del Parque Genovés, el punto verde entre tanto azul marino. El Parque Genovés es un antiguo jardín botánico, que perteneció en su día a una orden religiosa y que hoy en día está abierto al disfrute de los gaditanos y visitantes, hermoso como pocos. El Parque Genovés tiene además un lugar especial en mi memoria, porque era el sitio favorito de visita de mis padres cada vez que tenían un rato libre, y siguió siéndolo después de crear su familia.

Me contó una vez mi madre la razón de su estima por este parque. Cuando mi padre se enamoró de ella, en la segunda mitad de los años sesenta, solían venir aquí a charlar de todos los proyectos que ellos, tan jóvenes por aquel entonces, tenían. Y cuando él, por la razón que fuera, no podía salir con ella, mi padre venía y le escribía cartas de amor, llenas de ternura y cariño, a mi madre a la sombra de los ficus milenarios

Encontrarme con tantos recuerdos y rincones evocadores de mi infancia con mis padres, ausentes ahora los dos, ha sido duro, especialmente cuando su desaparición es aún tan reciente. A cada paso que daba aparecía un nuevo recuerdo, un rincón familiar, una anécdota, o un atardecer tan maravilloso como éste, idéntico a los que veíamos desde la terraza de mi casa... En fin, no ha sido nada fácil, y durante esta visita he echado de menos mi madre. Mucho.


Muchas han sido las reflexiones que he hecho durante este tiempo. Y también son muchas las lágrimas que he llorado.

Pero creo que he hecho lo apropiado visitando brevemente Cádiz, porque mi madre quería volver a ella y reencontrarse con su ciudad. Y lo ha hecho, dentro de mi corazón.

Yo también volveré a Cádiz algún día.

Fuente:
http://m-estrugo.livejournal.com/8363.html?view=25259

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola. Mi madre nació en 1947 en la Plaza de Jesus Nazareno, yo en 1975 al ladito del Falla.
Nací allí porque ella así lo quiso, aunque nunca he vivido en Cadiz.
Sufro una extraña relación amor-odio con esta ciudad porque reune demasiados recuerdos y sentimientos, momentos muy buenos y muy malos.
Me he emocionado mucho al leer el post ya que he casi leido extractos de mi vida al leerte a ti.
Todos los días me siento afortunada por tener a mi madre cerca siento mucho que ya no tengas a la tuya contigo pero al menos has vivido cosas preciosas con ella y ha hecho de ti una persona sensible y diria que amable. Asi que,enhorabuena y gracias por haber escrito para todos.