Idolatrado en su país, El Salvador, y elevado a la categoría de mito en Cádiz, Mágico sólo ha sido tratado en su justa medida en sus dos tierras. Porque Mágico es tan gaditano como salvadoreño. En El Salvador nació y allí vive después de alejarse del fútbol de alto nivel. Pero en Cádiz pasó los años más intensos y apasionantes de su vida. Y eso es mucho decir en una vida como la de Mágico.
Su repertorio futbolístico era tan extenso como las anécdotas que se cuentan de su vida, aunque en alguna de ellas la leyenda camine de la mano con la realidad. Dueño de una técnica prodigiosa, el balón le obedecía de tal manera que hasta el mismo Maradona quedó tan asombrado que llegó a declarar que Mágico era mejor que él. Diestro, la pegaba casi igual de bien con la izquierda, regateaba y amagaba con la misma facilidad con la que uno se bebe un vaso de agua. Con naturalidad. Porque para él, superar a un defensa y dejarle en el suelo con las piernas hechas un lío era lo más normal del mundo. Tiraba caños, hacía sombreros, una rabona si era necesario, pero todo con un fin. Porque su objetivo era llegar al gol a través del espectáculo. Y los marcó de todas las maneras posibles. Desde dentro del área, desde fuera, a un toque o después de regatear a cuantos incautos rivales le salieran al paso. Y si él no podía hacerlo, siempre sabía dónde estaba el compañero mejor situado para cederle la pelota e invitarle a marcar. Un genio.
Una estrella, un crack, en la dimensión más amplia del término, de los que ya no hay. Y una persona con un corazón enorme. Nunca entendió su profesión como una obligación, sino que la saboreó desde la devoción, una excusa, en definitiva, para el disfrute y la alegría. Porque así ha interpretado siempre la vida y así lo sigue haciendo.
Lleva ya muchos años alejado de la elite, pero puede que no hayan sido suficientes para recuperar esas horas de sueño que se dejó en la noche gaditana, una noche que disfrutó al máximo. Por eso no era raro que se quedara dormido en los descansos de los partidos o en la camilla mientras recibía el masaje un fisioterapeuta. Nadie se sorprendía, así era Mágico, un hombre que fue invitado por el Barcelona a jugar con ellos en una gira por Estados Unidos. Antes de partir, cuando ya estaba sentado en el avión, Mágico decidió bajarse justo antes de despegar. Se sentía fuera de sitio.
Esa prueba con el Atalanta
Porque su sitio siempre estuvo en Cádiz y en Italia lo saben muy bien. Pocos clubes se interesaron tanto por su fichaje como el Atalanta, que insistió hasta tal punto que Mágico aceptó viajar a Bérgamo para pasar una prueba. Lo que no sabían los italianos era que ese día, Mágico saltó al campo con la intención de jugar de la peor forma posible para que el Atalanta no le contratara, se olvidara de él y le dejara vivir tranquilo en su Cádiz. En ese momento, Mágico no entendía la vida fuera de Cádiz. Salió por un instante para militar en el Valladolid, pero no tardó en regresar para vestirse la camiseta amarilla con el número 11.
Tanto significaba deportiva y emocionalmente para el Cádiz, que mediados los 80 el club, presidido por Manuel Irigoyen, le ofreció un contrato fabuloso de 50 millones de pesetas al año. Pero con una cláusula por la que Mágico debería pagar medio millón de pesetas por cada acto de indisciplina que cometiera. Mágico se levantó de la mesa después de escuchar la oferta y la rechazó alegando que si firmaba esa cláusula, al final de temporada iba a tener que poner dinero. Ni Mágico se fiaba de Mágico.
Pero sus rivales le temían, como relató hace poco Michael Robinson en las páginas de As. En una charla técnica previa a un enfrentamiento entre Osasuna y el Cádiz, el entrenador navarro señaló a Castañeda y le dijo que él sería el encargado de marcar a Mágico. Castañeda, muy serio, respondió que no sabía si Mágico se iba a presentar, que si se presentaba no sabía si le iba a apetecer, pero que si se presentaba y le apetecía que no contara con él para marcar al salvadoreño.
Y es que Mágico era un futbolista tan imprevisible como lo es como persona. Un ser humano generoso como pocos, siempre dispuesto a ayudar a los más desfavorecidos. Como ese día en el que se cruzó por las calles de Cádiz con un mendigo, se paró frente a él y le vio los pies desnudos, se quitó los zapatos y se los regaló, sin importarle que él tuviera que regresar descalzo a casa. Mágico, un grande dentro y fuera del campo.
Fuente Revista Dptva. "As"
Remitido
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